2. BIOGRAFÍA
Marga y su familia |
Margarita Gil Roësset nace en 1908 en Madrid, en el seno de una familia de la alta burguesía. Hija de Julián Gil Clemente,
general de ingenieros, y de Margot Roësset Mosquera. Segunda de cuatro hermanos: Consuelo (1905), Marga (1908), Pedro (1910) y Julián (1915).
Nací enferma y mi madre logró sacarme adelante. Esto hizo que el vínculo madre-hija fuera muy estrecho y, a la larga, se convirtiera en un estricto y obsesivo control por parte de mi madre hacia mí, se ocupó personalmente de la educación de sus hijos, en especial de Consuelo y de mí. Nos inculcó una estricta moral cristiana, a la vez que fomentó nuestras habilidades artísticas e intelectuales. Desde muy niñas tocábamos el piano, hablábamos cuatro idiomas, visitábamos museos por toda Europa y leíamos continuamente. Aprendimos a dibujar con el pintor José María López Mezquita.Tan exquisita educación empezó a dar sus frutos. En 1920 se publicó El niño de oro, un cuento infantil escrito por Consuelo e ilustrado por mí, que tenía 12 años. En 1923 publicamos un segundo libro, Rose des Bois, esta vez Consuelo escribe en francés y yo demostré una gran maestría en la ejecución de las ilustraciones, diríase que son de una dibujante experta y conocedora de todos los recursos y secretos de su arte. A partir de aquí seguimos caminos diferentes. Consuelo ingresó en la Facultad de Filosofía y Letras, y yo comencé mi andadura en el mundo de la escultura. Mi manera de dibujar cambia significativamente. De un estilo modernista, simbolista, acorde con los grandes ilustradores del momento, mi dibujo comienza a simplificarse marcando la vanguardia que ha de venir. Mis dibujos son el reflejo de lo que empiezo a hacer en escultura: líneas claras, volumétricas, de gran fuerza expresiva que reflejan mi mundo interior. Trabajé con barro, escayola, granito. Mi madre pidió consejo al escultor Victorio Macho, pero él declina darme clases por ver en mí un gran genio que ha de seguir su propio camino. Así seguí mi trayecto sin apenas referencias. Mi estilo es marcadamente vanguardista y personal. Mi inspiración viene del mundo de las ideas y los sueños, y de la temática que le marcan mis padres. En 1930 expuse por primera vez una de mis obras en la Exposición Nacional de Bellas Artes que se celebra en Madrid. Se trata su conjunto escultórico Adán y Eva. La crítica especializada se quedó maravillada ante la maestría y fuerza que transmite la escultura realizada por una mujer tan joven. Por entonces me perfilé como una de las más interesantes autoras de vanguardia del momento. No aparecí apenas en las vivencias colectivas de los artistas de mi generación. Quizás esto se deba a mi condición de autodidacta, a mi timidez y al férreo control familiar. A través de Consuelo, conocí al matrimonio formado por Zenobia Camprubí y Juan Ramón Jiménez. Admirábamos a Zenobia por sus traducciones de la obra de Tagore. Este encuentro supuso una revolución en mi vida. Nos hicimos amigos. Al poco, les propuse esculpir un retrato de Zenobia y otro de Juan Ramón. Ellos aceptaron, así que comencé el busto de Zenobia e iba diariamente a casa del matrimonio para realizar mi trabajo. Allí me sentía bien, fuera de la presión materna, que me ahoga. Soñaba con viajar a París a estudiar escultura, pero sabía que mis padres no me lo iban a permitir. Juan Ramón me alentó a que realizara dicho viaje y así realicé esos estudios que me ayudarían a evolucionar como artista. Mientras realizaba mi trabajo en casa de Zenobia y Juan Ramón, me enamoré al punto de obsesionarme. Yo no quería, pero ocurrió. Me enamoré de Juan Ramón, pero no fui correspondida. Esto, unido a la negativa de mis padres a que viajara sola a París, el tener que ir con mi madre, hacía que me sintiera acorralada, sin salida.Tomé una decisión y comencé escribir un diario dirigido a Juan Ramón. El 28 de julio de 1932 dejé el escrito en casa de Juan Ramón diciéndole que no lo leyera hasta pasados unos días y, entre lágrimas, me fui. Me dirigí a mi taller donde destruí varias de mis obras. Luego fui a una casa familiar que teníamos en las Rozas y, tras escribir tres cartas de despedida pidiendo perdón a mi madre, a mi hermana y a Zenobia, me suicidé con un disparo en la cabeza. Tenía 24 años. El dolor por tan trágica muerte ocultó mi trabajo y mi vida. Apenas se volvió a hablar de mí. Posteriormente, en 1932, se publicaron tres ilustraciones mías en un libro titulado Canciones para niños, escrito por Consuelo y libreto musical de mi cuñado, José María Franco. Pasarán varias décadas de silencio. En 1997, tras muchos avatares, se publicaron en el ABC dos artículos sobre mí, en los que se rescató mi memoria y se hicieron públicos algunos fragmentos de mi diario. Se descubrió a la Marga poeta. En 2015 se publicó mi diario completo, dentro de un proyecto que ideó Juan Ramón Jiménez para honrar mi memoria. Este proyecto incluye, además del Diario, texto escritos por Juan Ramón, por Zenobia, por varios familiares míos y herederos del legado Jiménez-Camprubí.
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Suicidio de Marga |
Marga en su taller. |
Como escultora destaqué en la maestría con que trataba los materiales, como con el granito. Fui autodidacta, con un estilo muy original.
Zenobia relató la impresión que tuvo al contemplar mis esculturas realizadas bajo las directrices marcadas por mi madre. Le pareció que "de esas figuras compactas y encogidas se desprendió el mismo sentimiento de tristeza morbosa y sofocante que en los dibujos infantiles". Me preguntó si me gustaba lo que hacía y contesté que no, que lo detestaba y lo destruía a martillazos después de terminarlo. Necesitaba liberarme de la influencia familiar para buscar mi propio estilo. Mi última obra, el busto de Zenobia, sugiere esa búsqueda. Da la sensación que el rostro surge de la piedra con ansias de libertad, transmite la angustia que me provoca ese proceso de desprenderse de la influencia familiar para encontrar mi propio camino.
"Yo intento siempre operar sobre mis esculturas de dentro afuera. Es decir, trato esculpir más las ideas que las personas[...] llevan el esfuerzo de querer manisfectar su interior."Mis figuras tienen una gran fuerza expresiva, en tensión, rudas y fuertes. Mi intención era transmitir una idea, pero de forma peculiar.
Zenobia relató la impresión que tuvo al contemplar mis esculturas realizadas bajo las directrices marcadas por mi madre. Le pareció que "de esas figuras compactas y encogidas se desprendió el mismo sentimiento de tristeza morbosa y sofocante que en los dibujos infantiles". Me preguntó si me gustaba lo que hacía y contesté que no, que lo detestaba y lo destruía a martillazos después de terminarlo. Necesitaba liberarme de la influencia familiar para buscar mi propio estilo. Mi última obra, el busto de Zenobia, sugiere esa búsqueda. Da la sensación que el rostro surge de la piedra con ansias de libertad, transmite la angustia que me provoca ese proceso de desprenderse de la influencia familiar para encontrar mi propio camino.
Desde pequeña tuve como maestro a José María López Mezquita. A los 12 y 13 años ilustré dos cuentos escritos por Consuelo: El niño de oro, y Rose des Bois. Son dibujos de gran modernidad y técnica perfecta. Destacó mi barroquismo y la expresividad que desprende. Recuerda a autores de la época cuyas obras se enmarcan en el modernismo y el simbolismo, como Manuel Bujados, Harry Clarke o Kay Nielsen. Luego mi dibujo se simplifica, se hace volumétrico, en clara referencia a mi actividad de escultora que empecé a realizar. Mis últimos dibujos publicados aparecen en un libro titulado Canciones de niños de 1932, con canciones de mi hermana Consuelo y libreto musical de mi cuñado José María Franco.
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